El ser humano es social por naturaleza. Necesitamos al otro para comer cada día, para mantenernos a salvo y sobre todo para dar un sentido a nuestra vida.

Durante el tiempo del confinamiento vivido en nuestro país, muchas personas pidieron ayuda por sentirse solos en sus casas, no tener más que la tecnología para relacionarse, no recibir un abrazo ante el malestar y el miedo. Esta soledad ya estaba antes, cuando corríamos hacia nuestros quehaceres sin hablar con nadie por las prisas, cuando teníamos miedo de hablar con alguien en el trabajo y sincerarnos demasiado por las posibles consecuencias, cuando íbamos a multitud de actividades y planes para escapar de estar con uno mismo y descubrir que ya estábamos solos aunque bastante rodeados de gente.

Algunas personas ya se retiraron ese velo antes, ya descubrieron que estaban solos en este mundo lleno de gente. Eso sí, no pasaban todo el día tapando agujeros. Sufrían, pensando como paliar su dolor igual que el resto durante el confinamiento, porque las cosas, ocupaciones y rutinas ya no estaban para cumplir esa función.

Es probable que ahora nos una esa dificultad para tapar el vacío. Con la diferencias que nos caracterizan a cada uno pero buscando todos nuestras propias salidas.

El ser humano necesita tanto del otro que si no lo tiene puede llegar a alucinarlo. Es por esto que el trabajo desde lo social  con las personas que sufren es determinante. La persona sólo abandonará síntomas cuando no le sean necesarios y, como acabo de decir, el ser humano es capaz de alucinar al otro para sentirse acompañado ya sea este otro amigable o un perseguidor. El objetivo de la defensa es hacernos sentir importantes para alguien porque estar solos es aterrador. En esta ocasión, las personas que no sufrimos de estos síntomas entendemos esto mejor que nunca. Nos quedamos encerrados, sin nuestros trabajos, con nuestro pijama, sin ver a nuestros amigos ni familiares, ¡al menos estábamos comunicados!. De pronto nos despojaron de lo que éramos para alguien y tuvimos que construir otro ser para otros distintos a nuestro día a día o centrarnos más en otros roles. Así sobrevivimos ante un futuro incierto y una identidad fragmentada por los hechos.

Cuando hablaba con las personas a las que atiendo sobre esto, muchos me transmitían como estaban sorprendidos por la reacción de la población ante un confinamiento. Para muchos,  este es su día a día, quedándose en casa, refugiándose de un enemigo invisible que no saben cuánto tiempo se quedará y como les afectará su estancia.

Sentirse amenazado durante un periodo de tiempo sea cual sea y el sufrimiento que conlleva deja una marca. Una marca de lo traumático que arrastraremos durante toda nuestra vida. Ya nunca seremos los mismos, ni haremos las mismas cosas. Ahora comienza un nuevo conflicto entre nuestro nuevo ser y las exigencias externas.

 

María Trinidad Arenas Jara | Nº de col.: M­26600

Mail: info@cambiandoderumbo.es

Psicóloga | Cambiando de Rumbo | Madrid